domingo, 2 de julio de 2017

LGTBI: el derecho de ser humano




Tras estudiar las múltiples derivaciones de tan largas siglas y confirmada mi pertenencia al, hasta ahora desconocido, segmento de los CISGÉNERO, confieso humildemente que la cosa empieza a rebasarme. Empeñarse en ampliar la taxonomía de los comportamientos humanos puede llevarnos a un panorama tan complejo como lo que se pretende clasificar, por mucho que Linneo hiciera ímprobos esfuerzos asegurando que toda la naturaleza era catalogable y clasificable según órdenes, familias, especies y no menciono a los géneros por aquello de no abrir la caja de Pandora.

Al final y aprovechando el aluvión de documentales e informaciones sobre el tema que he consumido estos días -cosas de la oportunidad del momento- me gustaría entrar en detalle con dos cuestiones que, según creo, merecen un poco de atención: el oscuro trabajo de los que deben viajar contracorriente y la naturaleza analógica de la sexualidad humana.

Sobre los primeros, aquellos adolescentes que viven la separación de la corriente dominante en el momento en el que la socialización les empuja a integrarse en el colectivo dominante; los que deben empezar a reconocerse a sí mismos como lo que verdaderamente son olvidando al grupo; los que viven las oscuras horas de un tránsito todavía más complicado que el que vivimos otros, más tranquilos en ese paso entre niñez y lo que sea eso que somos a los 18, mi máxima comprensión, apoyo y solidaridad.

Desde mi punto de vista, son los más olvidados, los menos nombrados y los que, de verdad, necesitan que la sociedad los abrace y les muestre, no sólo la comprensión, sino apoyo. No alcanzo a imaginar la tortura de esos transgénero encerrados en cuerpos ajenos a su sentida y verdadera naturaleza; me espanta esa diaria vivencia de todos los que ven cómo su inclinación sexual no coincide con la mayoría de su grupo de referencia sin saber cómo manejarlo. Esos que no encuentran comprensión ni apoyo en familia, grupo o entorno social; los olvidados de los pequeños núcleos rurales todavía inmersos en una sociedad que ya no existe fuera de sus pequeñas fronteras.

Son los grandes olvidados y los pequeños héroes que tienen que construir su vida contra todo y contra todos y sólo por ellos entiendo que vale la pena la lucha y la reivindicación mucho más allá de las plumas, los tacones, la purpurina y la exaltación de lo folclórico de la celebración del día del orgullo. De la superficie se beneficia lo nuclear y eso, sinceramente, me parece bien, muy bien. Algún día, ese oscuro viaje lleno de obstáculos, podrá hacerse de forma tranquila por las autopistas de la tranquilidad, la aceptación social y la indiferencia colectiva hacia las opciones de cada cual. Que así sea.

En cuanto a la naturaleza de la sexualidad humana, es hora de que todos entendamos que, más allá de la pretendida naturaleza binaria del asunto, desmentida su verdad digital -una cosa u otra, pero sólo dos alternativas - el ser humano, en todas sus manifestaciones, es completamente analógico, gradual, plástico, escurridizo y dinámico; somos fluidos como los líquidos y no hay posibilidad más o menos buena, adecuada o rechazable siempre que se cuente con la complicidad, el consentimiento y el disfrute de aquellos que lo comparten. No hay ejemplo en la historia que no pueda encontrarse, no hay tendencia que no cuente con historia, no hay afinidad desconocida y todo, absolutamente todo lo que hoy vemos, ha sido antes, por mucho que las culturas hayan tratado de ocultarlo, perseguirlo o estigmatizarlo.

Hoy los que luchan usan siglas que pretenden informar sobre las posibilidades y no está mal -complicado, pero necesario - a la espera de que algún día puedan simplemente, luchar por el derecho de ser humano, simplemente. No es mal reto ese de aceptarnos como somos: complejos, cambiantes, diversos y difíciles de clasificar en algún nicho que vaya más allá de nuestra verdadera naturaleza de seres humanos.




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