Rafael Catalá, ministro de Justicia ha decidido, por su
cuenta y riesgo, dejar claro que España es un país amoral en el que la ética se
ha marginado hasta espacios inconcebibles en otros sistemas democráticos. Según
él, “La responsabilidad política por la corrupción se salda en las urnas”, así,
sin anestesia, sin avisar y como diría el castizo, “con dos cojones”. La
declaración es funesta, pero más funestos aún son los escondidos arcanos que
alberga tal afirmación. Aviso: me es igual el partido al que pertenece el
interfecto, así que me fijaré en el fuero y no en el corral al que pertenece la
gallina que ha puesto este huevo.
España se ha entregado al absurdo y lo que la afirmación
desvela es que tenemos mal arreglo. Nos dejamos llevar hacia un horizonte de
corrupción en el que lo que cuenta es participar, pillar sin freno esperando
que la masa esconda nuestra participación y que no seamos uno de los pringaos a
los que les tocará “comerse el marrón”. Si todos participamos y votamos
adecuadamente, seremos absueltos de las responsabilidades políticas de un
sistema que se encamina a la práctica generalizada de actuaciones inmorales
validadas por la masa de los votos. Si todos participamos, la cosa sale bien
para todos y si la mala suerte nos hace pasar una temporadita a la sombra, no
hay problemas: el sistema velará y ya nos rengancharemos a la vuelta.
Las urnas lo lavan todo, todo vale si “los nuestros” son
muchos más que los otros y nos aseguran la oportuna mayoría. ¿Nos hemos vuelto
locos? ¿Somos todos tontos o demasiado listos? Ante mi asombro y escándalo, el
ministro no ha tenido que afrontar la repudia masiva de la prensa o de los
partidos; no ha pasado nada y el que ha lanzado tal torpedo a la línea del
sistema y de la ética no ha tenido que ponerse colorado ante la opinión pública
o publicada, no ha tenido consecuencia ninguna y todo sigue como si tal cosa.
Este ministro le ha dado la razón a Jesús Gil en un homenaje
post mortem que le exonera y bendice en su oscura trayectoria como alcalde de
Marbella: los votos le perdonaron, le encumbraron y consolidaron un sistema de
corrupción generalizada cuyas consecuencias seguimos pagando, pero…los ciudadanos
le perdonaron con sus votos.
Estoy sencillamente harto, estragado, asqueado de estos
personajes que pervierten el lenguaje y las ideas consiguiendo que todo el sistema
se olvide del rigor ético exigible a los políticos. España se entrega a su
historia de compadreos y corruptelas, bendice el origen de una concepción
social en la que el individuo, maltratado por el sistema a lo largo de siglos
de ineptitud – por favor, no se olviden de repasar a Quevedo de cuando en
cuando – de sus gobernantes, se busca la vida de espaldas y contra los gestores
de la cosa pública. Nos condiciona una historia de nefastos gobernantes,
validos de peores monarcas, que nos ha hecho polvo y que nos condena a perder
el tren del futuro. La “res pública” la romana “cosa pública” se ve maltratada
y pervertida por estos tales que así conducen la moral de todos hacia la
insolidaridad, la inmoralidad y la consagración de la mentira.
España, como dice un amigo mío, vivió al margen de las
revoluciones y el problema es ése: no sólo no llegó la revolución industrial,
es que no nos rozó la revolución calvinista y así nos va. Nuestra historia se
ha entregado a los caciquismos, a la búsqueda de espacios individuales al margen
del común, por encima o al lado, que a nosotros, “hijos de nuestro padre”
nadie tiene que decirnos qué se puede o no se puede hacer, que las normas son “para
los otros”, los pobres pardillos que no saben buscarse la vida al margen y
contra las normas que a todos deberían gobernarnos.
La idea de que tales comportamientos nos hieren a todos
permanece ajena a la concepción vital del español: consagramos a folclóricas
corruptas en el altar del victimismo y la conmiseración; las estrellas del
fútbol, sacrosanta catedral de irracionalidad, se permiten hacer mangas y
capirotes con sus obligaciones fiscales recibiendo baños de masas y perdones de
los aficionados que pagan sus elevadas nóminas mientras apoquinan, como cabrones, sus
cuotas del IRPF y demás impuestos, solo válidos para los “comunes mortales” que no
saben levantar pasiones pateando pelotas y llevando a sus clubes a la gloria y
a los aficionados, al éxtasis de su majestad el gol. Los campos deberían ser un
concierto de repulsa y rechazo, pero eso no pasa ni pasará nada: ¿Mesi, Ronaldo y
demás bajo el imperio de la ley de los comunes? ¿Es que no me doy cuenta de que
ellos son “distintos”, “especiales”, “geniales” y..? ¿Es que soy tonto? Debo
serlo, pero las masas bendicen las declaraciones que inician esta reflexión: no
hay norma ética por encima de la divina bendición de las masas, de los
aplausos, de las urnas y los votos. Vox pópuli, vox dei
Mal pronóstico para un país en manos de inmorales, lo
siento.
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