sábado, 17 de octubre de 2020

SACERDOTES DE LA CIENCIA

 



Las ideas tienen la curiosa capacidad de planear sobre nuestras cabezas y nuestras vidas tomando forma poco a poco; se van haciendo corpóreas, mutan, cambian y se autodefinen sin que podamos hacer mucho para domesticarlas o dirigirlas allí donde nosotros, no ellas, creemos que den estar; pero ellas son libres y hacen lo que quieren.

Algo así me está pasando con este cúmulo de percepciones a la que intento dar forma de entrada, pero no estoy muy seguro de que el resultado final sea el que debería dejarme tranquilo y sabiendo que le he dado la forma que todo este conjunto de sensaciones, pensamientos, idioteces y percepciones debería tener para quedar definida, fijada y entendida. Lo que quiero comentar es complejo y se resiste a tomar una forma definida, pero cuento con la benevolencia del lector para disculparme.

Lo que une a los antiguos y los modernos sacerdotes.

Si hace milenios los sacerdotes se definían por su capacidad de predecir el curso de los fenómenos naturales, de las migraciones anuales de las piezas de caza, la sucesión de las estaciones, el misterio encerrado en las semillas y ese conocimiento protegía a la tribu de la incomunicación con los dioses, hoy los modernos sacerdotes habitan los laboratorios avanzados de experimentación; las pizarras de la física teórica y los talleres donde se intenta dar estabilidad a los    q-bits que explosionarán la computación para llevarla a ese cielo imposible prometido por la mecánica cuántica.

Los sacerdotes de hoy en día no visten extraños hábitos ni se cuelgan abalorios o hacen extraños bailes: dibujan diagramas que se asemejan a los antiguos signos cabalísticos, pero no hay cuevas oscuras sino laboratorios luminosos; no hay hogueras sino mecheros Bunsen o carísimas máquinas que buscan descubrir la verdadera naturaleza de la materia y la energía. Otros miran al cielo y tratan de entender la razón de que sólo seamos capaces de entrever la verdad de tan solo el 5%del universo, dejando el 95% restante en el terreno de la especulación disfrazada de axiomas y ecuaciones hipercomplejas que se escapan de la elegancia de lo más simple.

Y hay otra cosa en común que une a los antiguos y a los modernos sacerdotes: son queridos, deseados y seducidos por los poderosos para que les entreguen el fruto de sus habilidades y les ayuden a mantenerse en el poder. Los cuidan, les conceden presupuestos y caprichos; no les presionan pues saben que pocos llegarán a la cima, pocos alcanzarán la iluminación, pero si esa iluminación llega, lloverá el dinero y el poder se asentará en la sólidas bases de un pueblo ignorante y adocenado cuya máxima aspiración será, como antaño, llenar las gradas de los espectáculos, aunque esas gradas tengan forma de sofá televisivo.


La moderna sociedad se divide y se distancia como antaño se separaban los iniciados de ese vulgo inculto y manipulable, pero con más distancia, con mucha más distancia. La antigua distancia se salvaba con tres años de Trivium y Cuatrivium cursado en cualquier universidad, pero hoy esa distancia ya es insalvable si no se pertenece a la casta de los sabios. (El trívium era la rama del lenguaje, compuesta por; gramática, dialéctica y retórica, y el quadrivium la de matemáticas, compuesta por; aritmética, geometría, astronomía y música. Ambas secciones se centraban en lo que el doctor llama la “reina de las artes liberales”: la filosofíaLa plebe se entrega a la ignorancia con pasión y se deja manipular mientras los modernos sacerdotes se alejan con sus algoritmos y sus complejas tecnologías que adivinan futuros o los configuran, no está muy claro y nadie puede separar el grano de la paja; la verdad toma forma de una profecía capaz de modificar la realidad para hacerse verdad y demostrarse fiable.

Nos hemos dividido, separado y clasificado gracias a una ciencia que todos quieren controlar para hacerse dueños de sus inmensas posibilidades, pero los que tienen la capacidad de pagar todas esas costosísimas investigaciones no quieren que el vulgo participe en el proceso; se quieren libres para convertir a ese populacho adocenado en sujetos pasivos de sus negocios; los quieren como consumidores cautivos y conformados, nunca como individuos libres y formados.

Los modernos desarrollos sólo ofrecen un pequeño reducto de protección para nosotros, lo no iniciados: la investigación es tan enormemente cara que necesita presupuestos públicos y ese pequeño detalle nos da un leve poder de moderación, pero muy pequeño. Hoy en día son las grandes corporaciones las que cuentan con presupuestos casi infinitos comparados con los caudales disponibles para estados medianos o pequeños, pero el CERN y otros Institutos son un rayo de esperanza con sus patentes abiertas y sus modelos de ciencia colaborativa que permean universidades y escuelas de todo el mundo. Esa esperanza es real, pero el fantasma de una ciencia tiránica en manos de las corporaciones más poderosas con cientos de sacerdotes alimentados y protegidos para cuidar y engrandecer la separación con los modernos proletarios, permanece constante y planea sobre mi mente como una negra certeza.

Hoy en día, son los algoritmos predictivos los que ya determinan si somos buenos pagadores de un préstamos bancario o debemos ser rechazados; son los algoritmos los que calculan y evalúan la validez de un candidato en un proceso de selección; son las máquinas capaces de aprender y la inteligencia artificial las que inician caminos peligrosos ausentes de una ética que no cabe en sus diagramas, diseños o en sus líneas de código: son tan humanas, son tan iguales a nosotros que son capaces de vivir y funcionar al margen de la ética sin sentirse mal por esa ausencia.

Las máquinas son ya inteligentes y lo serán más en el futuro; imitan nuestra naturaleza y nuestra inteligencia, pero nos olvidamos que el modelo es perverso; el modelo es capaz de lo mejor y de lo peor y ofrecemos un modelo que encierra, en si mismo, muchas cajas de Pandora (La caja de Pandora es un mítico recipiente de la mitología griega, tomado de la historia de Pandora, la primera mujer, creada por Hefesto por orden de Zeus, que contenía todos los males del mundo).: corremos el riesgo de hacerlo tan bien que seamos capaces de replicarnos a nosotros mismos y nuestros vicios en máquinas más perfectas y más poderosas que nosotros mismos capaces de potenciar nuestras más bajas pasiones. 

Avanzamos, como siempre lo hemos hecho, abriendo las puertas del conocimiento a patadas y robando todo lo que vamos encontrando para desarrollarlo sin preguntarnos por la bondad o maldad de lo que descubrimos, desarrollamos y usamos hasta que es demasiado tarde. El problema es que, siglo a siglo, lo que conllevan esos conocimientos es cada vez más peligroso, más dañino, más incontrolable. ¿Alguien podrá responder al 100% del comportamiento del primer soldado robótico? ¿Alguien podrá controlar del todo la capacidad del primer ordenador cuántico estable de de más de un millón de q-bits? ¿Quién podrá protegernos de un algoritmo que realice cálculos avanzados y diferentes pronósticos basados en nuestro ADN? 

La velocidad del avance se acelera de forma geométrica, la curva despega casi en vertical y el mundo, el primer mundo avanzado, tecnológico, ajeno a las limitaciones de la política y la geografía, se va consolidando como un poder en la sombra que rebasa el poder de muchas naciones. ¿Alguien va a parar a los Google, Microsoft, Apple, IBM, Face Book, Bayer y su brazo armado Black Water vigilando el desarrollo de millones de toneladas de cosechas capaces de crear o eliminar hambrunas para millones de personas? No soy conspiranoico, pero el futuro nos ofrece derivaciones, vericuetos, desviaciones y caminos peligrosos que es muy posible que acaben dándonos muchos quebraderos de cabeza, me temo.

Avanzamos ciegamente hacia el conocimiento sin detenernos a pensar en sus consecuencias y eso, nos guste o no, forma parte de nuestra propia naturaleza: no podemos renunciar a investigar, a saber, a preguntar y en esa esencia radica todo lo que somos y todo lo que seremos, sin que nadie pueda aventurar en qué y cómo acabará nuestra raza, nuestro pequeño mundo civilizado y el planeta entero. Nuestra historia apenas cubre 40 50 mil años, cien mil si queremos estirar mucho y es muy posible que ese breve destello de inteligencia en la historia de la vida no dure mucho más, pues ya tenemos la tecnología, la capacidad y la tendencia adecuadas para proceder a nuestra autodestrucción, algo que podría liberar al planeta de una molestia parecida  aun eczema cutáneo que va cubriendo su piel cada vez más deprisa. 

La ciencia es, posiblemente, nuestro mejor descubrimiento: un momento brillante para nuestro intelecto, una herramienta formidable para conocer la realidad, pero es tan potente que no se, sinceramente, si llegará un momento en el que viva a nuestra costa como un parásito empeñado en su propio crecimiento a costa de nuestra especie. 

A estas alturas sólo estoy seguro de una cosa: de que vamos a vivir unos años apasionantes que merecen nuestro interés y que intentemos no perder el tren de los acontecimientos que conformarán la historia de este siglo. Viviremos el equivalente a los antiguos siglos en pocos lustros, ya lo veréis.



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