Decían los romanos que ninguno de sus ejércitos podría
lograr triunfos y victorias en África sin la participación de un Escipión,
nombre casi totémico tras la larga lista de Escipiones gloriosos que, en contra
de la superstición, lograron fama pero no siempre en la victoria: dos hermanos
muertos en la campaña de Hispania y el mismo Cornelio Escipión, “El Africano”,
tuvo que ver mucha sangre familiar en el río Tesino y en Cannas antes de
pasarle la mano por la cara a los Cartagineses y a su archienemigo Anibal en
Zama.
Hoy, Casado acude al totémico apellido de la democracia
española, al perseguido, olvidado, recuperado y vuelto a enterrar Adolfo Suárez,
e integra a su hijo como número dos de la lista de Madrid. Se busca la suerte
en el apellido, pero se le olvida a Casado que este personaje es un perseguido
de la historia; un gafe de tomo y lomo, como vulgarmente se dice y, además, un
frívolo inconsecuente.
Político de tercera, torero de festival propio del circo de
Manolita Chen o el Bombero Torero, arrastra la gloria paterna sin cuidado de
mejores logros y sin cuidar de su destino más allá de un tupé esplendoroso, una
figura enjuta y una estulticia clamorosa cuya grandeza amenaza con depararnos
días de gloria que ya han empezado, al desvelarnos los rituales de muerte
neonatal de los Neardentales con la seguridad y certeza propia de un testigo
presencial. Con la misma rotundidad, naufraga por la legislación de los USA
asegurando que en NY se realizan “abortos después de haber nacido el feto”. Este
señor, verdadero chisgarbís de la política y la sociedad, es una ofensa para la
sociedad española que no debería tener que asistir a estos espectáculos, pues
no hay condena emitida contra ella merecedora de tanto castigo.
No sé qué grandes prestaciones y aportaciones podía esperar
Casado; que nuevas teorías políticas que revolucionaran el gallinero, lo que sí
sé es que el historial político del tal no hacía presagiar nada bueno y parece
que la realidad así no lo confirma: ha hablado y me atrevería a asegurar que ha
sido su última representación sin apuntador.
Como Cesar aceptando las imposiciones de la superstición al
cargar a un Escipión degenerado, Casado se ha entregado a un apellido ilustre
de nuestra historia cuyo presente es penoso. Una lástima.
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