Hay veces que el ser humano se entrega a sus pasiones con
tal desmesura que olvida la necesidad de mantener su racionalidad por encima de
los sueños y el sueño más ambicionado, el más irracional y el que todo lo mueve
y todo lo domina, el sueño por excelencia, es el sueño de la inmortalidad. Entregados
a ese sueño somos capaces de priorizarlo todo, de justificarlo todo y de llevar
a cabo las más enormes monstruosidades, pero la realidad se impone y el ser
humano debe afrontar la inevitabilidad de la muerte como la verdad suprema que,
además de justificar su vida, la termina.
En estos días podemos comprobar cómo esa verdad moviliza los
más secretos temores y pone en marcha las conductas más irracionales, más
absurdas y más básicas. La amenaza de hoy sólo es tal por la repercusión
mediática que se le concede, si bien podríamos tener esa misma cobertura sobre
un variado abanico de enfermedades que, siendo prácticamente desconocidas,
acaban con la vida de cientos de miles de personas o determinan su existencia
de una manera atroz. Malaria, dengue, zica, mal de Chagas, sarampión -el año
pasado, sólo en la RDC, esta enfermedad ha dejado más de 6.000 muertos- tos
ferina, con más de 300.000 muertos al año y millones, lo he escrito bien,
millones de infectados cuya edad, de forma mayoritaria, es inferior a 5 años;
por no hablar del 50% de mortalidad de la fiebre amarilla. ¿Qué hace que esta
vez cunda la alarma y el pánico más irracional se lleve por delante toda
sensatez, cordura o mesura? Desde mi punto de vista -particular e intransferible
– la constatación de que algo desconocido nos espera a la vuelta de la esquina y
siempre demuestra que tiene capacidad para matarnos.
La gran revolución del siglo XX ha sido la sanitaria; una
medicina que ha construido el sueño de la invulnerabilidad frente a las
enfermedades infecciosas: vacunas, antibióticos y fármacos milagrosos acabaron
con el azote de la tuberculosis, la parálisis infantil, el sarampión, la
viruela -el gran asesino de nuestra historia – y nos hemos creído que lo
controlamos y lo vencemos todo, que la lista de enfermedades mortales se reduce
al cáncer y a cuatro cosas raras además del tabaco, la obesidad y los ataques
cardíacos, pero la realidad se impone y la evolución deja ver su potencial
destructivo de vez en cuando.
Pues bien: somos mortales y virus y bacterias intentan todos
los días adaptarse a un entorno hostil creado por el ser humano en forma de
fármacos y vacunas, pero llegará el día en el que una mutación consiga abrir
una brecha, una enorme brecha de millones de muertos, en nuestra línea de
defensa y ese proceso evolutivo con miles de millones de años de sabiduría y
experiencia, ese científico anónimo que encuentra sin buscar, pondrá en
circulación un enemigo que nos diezmará de forma significativa y reducirá el
número de humanos de una forma importante.
Hasta que ese momento llegue lo sensato es aceptar que vivir
mata y que lo mejor es adaptarse, tener tranquilidad y buenos alimentos. Sólo
pasa lo que ha pasado siempre, pero con ruido, con mucho más ruido que antes y
envuelto con mucha más estupidez.