Los puentes tienen historia, son historia y además, nos
hablan de lo mejor y de lo peor de la psicología humana, pues cada cual
entiende sus funciones desde su propia idiosincrasia. Al igual que los ríos,
pueden unir o separar, crear o destruir.
César, cuando quiso que los Germanos sintieran el poder de
Roma, construyó un puente sobre el Rin en pocos días para demostrar la
capacidad tecnológica de los romanos, se dio un paseíto por sus bosques y volvió
grupas sabiendo que el mensaje se había recibido correctamente. Luego, con indiferencia,
lo destruyó para que no sirviera de paso a posibles hordas invasoras.
Apolodoro de Damasco, a las órdenes de Trajano, desplegó
toda su ciencia construyendo un imposible: 1.300 metros de puente sobre el
Danubio que acabó destruyendo a los partos. Un sucesor más conservador y prudente,
Adriano, lo destruyó para que el Danubio siguiera siendo infranqueable y
definir su frontera exterior.
Más reciente, el puente de Remagen, sobre el Rin, supuso la
puntilla de Hitler al quedar intacto para ser franqueado por los americanos antes
de que acabara rendido por el castigo recibido.
La política española ha denostado los puentes desde que el
mejor de ellos, construido en torno a la Constitución del 78, permitiera flujos
y reflujos, encuentros y desencuentros sobre la sólida estructura creada por la
voluntad de entenderse. El tiempo y las mayorías absolutas acabaron por
destruirlo y quedó olvidado y ajeno a las voluntades de todos.
Hoy, cuando esas mayorías se prevén imposibles, sería bueno
que dejáramos al margen de las peleas la posibilidad de entenderse y tender
puentes entre unos y otros, puentes que nos permitieran convivir sabiendo que
algunos hacen lo menos malo para todos a la vez que lo mejor para la sociedad.
Somos maximalistas, pero si miramos la historia, podemos ver
que, en política, hay que cuidar los términos y no caer en la voladura de los
puentes. Recordemos al Conde de Romanones y su ejemplar doctrina sobre el
lenguaje: “tengan ustedes en cuenta que cuando digo jamás, siempre me refiero
al momento presente”.
Señores de la política: cuiden Vds. los puentes y no los
minen con el uso de términos que luego tendrán que redefinir con, seguramente,
menos acierto que el citado Romanones.