Imagino que los veteranos de todas las generaciones que han
sido han debido sentir lo mismo que yo empiezo a sentir al acercarme a esa zona
de la vida en la que lo que ya ha pasado acumula más experiencias de las que me
brindará el futuro. Estoy en ese punto intermareal que supone habitar una
especie de tierra de nadie en la que sobrevivo sabiendo que no he nacido ni
crecido con los elementos que ahora dominan la sociedad y que, tampoco, formaré
parte importante del futuro que llegará cuando acabe mi vida laboral. Trabajo,
sobrevivo, me adapto, disfruto, gano y pierdo en un juego que ya es distinto y
al que mis esquemas deben ajustarse de forma constante; pero me consuelo
pensando que son muchos los que, con mucha menos edad, ni siquiera se plantean
el juego de la adaptación y la supervivencia. Esos que ahora tienen 35 o 40
años y piensan que podrán seguir habitando, tranquilos, la zona de confort que
ahora ocupan lo tienen peor, mucho peor, que yo mismo: las mareas que vienen se
los llevarán por delante ahogados por los cambios.
El reflujo que se lleva el agua pasada me deja ver todo
aquello que ya no forma parte de mi vida y que la marea futura no me devolverá
jamás. Produce cierta melancolía, es verdad, pero es lo que hay y lo asumo con
cierta normalidad intentando, siempre, mantener la compostura si bien -no lo
niego – a veces me siento como aquellos viejos caballos de guerra que,
jubilados ya, se encabritaban al oír la llamada a la carga. Ya no participo de
la emoción de esas cargas y esas peleas, pero si siento, de vez en cuando, la
nostalgia de la plena adrenalina al acometer esos grandes retos que, cumplidos
o fracasados, ya son parte de mi pasado. Mi problema no reside en asumir el
pasado, ni mucho menos. Con todos los errores acumulados y con los pocos
aciertos afortunados, los grandes trazos de mi vida están terminados o casi
terminados. No hay mucho más que decir, pues tampoco esa vida da para mucho y
se adapta a la más estereotipada normalidad de trabajo, pelea y disfrute en
distintas medidas.
No, la frustración se basa en el futuro y en la
imposibilidad de adquirir la formación técnica necesaria para participar,
plenamente, de los grandes cambios que vislumbro en el horizonte de la física,
la medicina, la investigación, la sociología y otras muchas cuyo conocimiento
se me presenta imprescindible para integrarme en la corriente de los cambios
como piloto y no como mero afectado. La gran pedrada nos impactó a finales del
Siglo XX y sus efectos han sido grandes, tan grandes que el verdadero tsunami,
ese que viene y que nos alcanza horas después del terremoto inicial, todavía no
ha llegado a nuestras costas. Hay señales, hay indicios y primeras
turbulencias, pero la gran ola no se ha conformado y me gustaría poder
surfearla con garantías, pero se que eso ya no es posible.
Van a ser otros, los desconocidos técnicos que ahora se
afanan en las aplicaciones de los grandes logros de la ciencia los que, de
verdad, definan los rumbos y dibujen el gran futuro de la humanidad. Físicos, genetistas,
médicos, matemáticos y demás “frikies” despreciados se empiezan a vestir con
los nuevos ornamentos sacerdotales y guiarán los grandes cambios que afectarán
a las masas dormidas y despreocupadas que hoy se entregan al brillo de nuevas
pantallas y artilugios anestesiados por la cómoda superficie de una realidad
que ignoran.
El futuro que apenas se vislumbra viene preñado de cambios;
cambios que hoy ni imaginamos y que, según creo, se van a llevar por delante
todo lo que hoy asumimos como “mundo real” y cuya realidad no podemos dar por
supuesta ni, mucho menos, como inmutable. Los que ya somos mayores clamamos por
reivindicar, para los jóvenes la permanencia de ese mundo real sin darnos
cuenta de que la realidad, su realidad, ya es otra y se ha asentado en su
estructura mental, en su ADN social y mi consuelo pensando -o creyendo
equivocadamente- que yo sí tengo la inquietud de querer conocer y anticipar
esos cambios; me veo inquieto y con ganas de investigar, conocer y diseñar una
realidad que viene, sé que viene, pero que no muestra su verdadera naturaleza.
En la playa, entre las mareas que se han ido y las que
vendrán, intento anticipar la naturaleza cambiante de unas playas en constante
evolución que nos mostrarán un mundo del que no tenemos posibilidad de
estructurar o anticipar. Apasionante, seguro, pero también un poco inquietante
vistas las derivas de lo que hoy nos muestra.
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