Ángel Gabilondo hablaba ayer en un mitin del PSOE y hablaba
tranquilo, comedido, didáctico, elevado sobre la tosca y grosera realidad de un
panorama político dominado, hace meses, por lo desmesurado y falaz.
Gabilondo es una esperanza y espero que mi amigo ahonde en
ese fértil terreno en el que se puede, y se debe, sembrar la palabra como motor
del cambio social que necesita Madrid. Carmena ha estado rodeada de
descerebrados dispuestos a liar la casa en cuanto la abuela se daba la vuelta y
la Comunidad se ha dedicado al bandolerismo y al boicoteo sin tener piedad de
nada, especialmente de los usuarios del Metro cada vez más castigados en los días
de más contaminación y restricciones de tráfico.
No podemos seguir andando el camino de la mentira, el
insulto y la desfachatez retrógrada de tres partidos que andan a codazos por
sentarse en la misma silla y lanzar, desde ella, proclamas de otros tiempos y
situaciones sociales que ya han sido superadas por la sociedad española, de
forma reciente, y por la europea hace décadas.
Gabilondo, ayer, usó -me invadía la satisfacción – el diccionario
de la RAE para acercarse a la realidad de sus oponentes y de la actualidad y
creo -tengo la esperanza – que el ejemplo debería cundir para satisfacción de
todos. No hablemos de lo que algunos entienden como significado de los términos
que usan: acudamos a las fuentes para dejar desnudo al rey ante su corte. La
cultura y la práctica políticas necesitan precisión, verdad y referencias
comunes para que todos podamos saber lo que cada cual dice, entiende y sabe. A fin
de cuentas, el idioma tiene esa ventaja y los que hablan el mismo lenguaje
tienen el primer paso del entendimiento mucho más sencillo: pongamos a la
palabra en el lugar que le corresponde y a la verdad por encima de todo, que
no es mal sitio.
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