sábado, 2 de marzo de 2019

El símbolo de todos


Una España unida en torno a tan amado y universal símbolo es posible


Es posible, solo posible, que estemos llegando al momento en el que sea necesario redefinir los símbolos más habituales en busca de aquél que sea lo suficientemente grande y generoso como para acogernos a todos. La humanidad cambia y los tiempos corren mientras que los grandes símbolos parecen tener vocación de una imposible eternidad que les haga indiferentes e inmutables en su propia esencia intemporal. Vano intento: todo muta, se transforma y nos arrastra en la misma carrera regida por el tiempo y por el paso de las generaciones.
Pretenden, algunos, que nuestra emotividad y nuestra afectividad se vean exaltadas y ensalzadas por la mera contemplación de un símbolo, de cualquier símbolo al que le hayamos dado, desde hace demasiado tiempo, un carácter cuasi sagrado, más propio de los antiguos ceremoniales paganos en los que el “popa” descalabraba bueyes blancos en honor a Júpiter tronante bajo la atenta mirada de augures y sacerdotes. De la misma manera que el “lituus” del augur se ha transformado en el actual báculo episcopal, podríamos iniciar, todos juntos, el camino de búsqueda para dar con una simbología más moderna, colectiva y universalmente aceptada, sin renuncias ni imposiciones.
Para dar ejemplo, me voy a refugiar en lo más básico de nuestra condición animal para proponer un elemento que nos iguala a todos: el hambre, la panza, lo visceral, lo puramente animal; lo más terreno, básico y primigenio de nuestra naturaleza biológica de ente animado que necesita y consume energía. Mientras España se desgarra entre banderas con más o menos rayas y colores, propongo la proclamación de un símbolo aceptado por todos cuya única discusión se centrará en la inicua e inofensiva alternativa de que la tortilla lleve o no lleve cebolla. Sinceramente, creo que todos ganaríamos mucha tranquilidad y que nuestra vida pública recuperaría la necesaria tranquilidad y cordura que le permitiera alcanzar los adecuados niveles de excelencia en la gestión.
Gallegos de Betanzos podrían reclamar el honor de hacer el modelo adecuado para figurar en las banderas patrias, los andaluces podrían lucir su propia versión, más rolliza, mientras que cada bar de cada pueblo y comunidad pelearía por ofrecer la mejor versión de nuestro símbolo patrio a la sacrosanta hora de los pinchos y tapeos. Imaginemos, pues es posible, toda una España reunida, los domingos a las 13 00, en torno al disfrute, adoración y gloria de nuestro mejor símbolo: ¿Cabe mayor muestra de patriotismo?
Sería poner muy difícil la acusación de falta de patriotismo si esta acusación debiera basarse en la presencia o ausencia de pimientos fritos en la tapa del acusado; su entrega a la extranjerizante presencia de la mayonesa; la inasumible ausencia de pan o el rechazo por la presencia de una cebolla caramelizada, verdadera muestra de degeneración moral que podría acabar con la vida de nuestras más profundas raíces.
Ahí os lo dejo: un paraíso de calma es posible gracias a la adopción de la humilde tortilla de patatas con pimientos fritos como símbolo nacional; símbolo no excluyente que invita a compartir y a alimentar la amistad con todos, propios y ajenos en torno a su redonda y acogedora presencia. Casi nada.

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